lunes, marzo 20, 2006

EN EL NOMBRE DE MOZART: LAS CARTAS DE LA MIERDA

Por Mario Lavista
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A pesar de su cultura de salones, pelucas y polveras, o probablemente por ello mismo, el Siglo de las Luces era un festín de libertinajes del que los Mozart no estaban al margen. A 250 años del nacimiento del prodigio de Salzburgo, Mario Lavista reseña su correspondencia, plena de escatologías, durante una de sus giras europeas.
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En la tarde del primero de octubre de 1777, Mozart y su madre, Anna Maria Pertl, llegan a Augsburgo, la ciudad natal de Leopoldo, su padre. (Tiene veintiún años. Acaba de emprender una larga gira de conciertos, cuyo itinerario ha sido trazado por su padre: Múnich, Augsburgo, Mannheim y París serán las principales ciudades por visitar. Ha presentado su renuncia como Konzertmeister, en la corte de Salzburgo, a su Alteza Serenísima, el Arzobispo Hieronymus Colloredo, a quien Mozart aborrece tanto como éste lo desprecia. El viaje durará cerca de quince meses. Desea obtener encargos importantes y, de ser posible, un trabajo estable en alguna destacada corte. Posee ya un completo dominio del oficio y una clara conciencia de lo que él llama su “talento superior”.)
Se instalan en la Posada del Cordero y se disponen a visitar la casa de la familia de su tío paterno Franz Aloys.
(Pero antes desea ir al encuentro de Johann Andreas Stein, el célebre constructor de pianofortes, a quien había conocido en 1763, cuando contaba apenas con siete años de edad. Se presenta de incógnito con el nombre de Trazom, pero Stein lo reconoce de inmediato. Se alegra de volver a verlo y enseguida le muestra, orgulloso, sus últimos pianofortes. Le pide que los pruebe. Mozart toca cada uno de ellos; le asombra la calidad de su factura y las amplias posibilidades técnicas que ofrecen. Admira la dulzura y suavidad del sonido, la rápida respuesta en el ataque, el terso equilibrio entre los diferentes registros y las dinámicas extremas que son capaces de producir –de aquí, está de más decirlo, el nombre de fortepiano. Le comunica a su padre su entusiasmo por los nuevos instrumentos de Stein y comienza entonces a concebir y escribir sus obras para teclado para este relativamente nuevo medio sonoro, convirtiéndose él mismo en uno de los primeros grandes pianistas. Escribirá al poco tiempo las espléndidas Sonatas para piano en do mayor y en re mayor, K. 309 y 311, que muestran un amplio abanico de texturas y sonoridades, y un nuevo estilo en la escritura para teclado. Es así como en la vasta producción mozartiana se desarrolla y consolida la moderna técnica pianística: su obra para teclado une la época del clavecín con la del piano.)
A los pocos días, Mozart y su madre comparten la mesa en casa de la familia del hermano de su padre. El encuentro con su tío, su tía Maria Victoria y, sobre todo, su prima hermana Maria Anna Thekla, le depara los momentos más felices de su estancia en Augsburgo. Maria Anna tiene diecinueve años, dos menos que su famoso primo, es simpática, desenvuelta, atractiva y no conoce la timidez. Los dos se llevan estupendamente bien y comparten una marcada predilección por la escatología, la cual raya, no pocas veces, en la frivolidad y la vulgaridad.
(Afición, hay que decirlo, bastante extendida en la sociedad del Siglo de la Ilustración y, sin duda alguna, harto frecuentada por la familia Mozart. En una carta dirigida a su marido, la venerable madre de Mozart le escribe desde Múnich: “…Adiós mi bien, ponte el culo en la boca, caga en la cama hasta quebrarla, es ya pasada la una…” y, a su paso por Mannheim, Mozart le anuncia a su padre: “…Ahora llega el oráculo; creo que será el medio o el fin. Para mí es lo mismo, pues la cuestión es simplemente saber si soy yo el que traga caca o papá el que la degusta. En fin, no trato el tema con exactitud. ¡Quería decir que había que saber simplemente si papá degusta la caca o si yo la trago! Ahora es mejor que pare –lo reconozco–, ¡es inútil!”)
Los primos pasan todos los días juntos, van a uno que otro concierto y asisten a unas cuantas cenas formales. “Mi primita –le comunica a su padre– es bella, inteligente, amable, razonable y alegre… La pasamos muy bien juntos ya que también tiene una lengua un poco viperina… Juntos nos burlamos de la gente. ¡Qué placer!” Y, más adelante, añade que “en el concierto había una gran cantidad de nobles: la duquesa de Culo Estrecho, la condesa de Culo Fácil, y también la princesa de Huele Mierda, con sus dos hijas casadas con los príncipes de Rabo de Cerdo.”
(Al cabo de dos semanas, Mozart tiene que dejar Augsburgo; no ha logrado obtener ni encargos ni un puesto estable. Se despide de su “querida primita”, y a finales de octubre se dirige, en compañía de su madre, a la ciudad de Mannheim, sede del mejor y más completo conjunto instrumental de Europa. La sección de alientos incluye clarinetes, instrumento recién inventado, y para el cual Mozart escribirá algunas de sus más bellas páginas; los cuerdistas son excelentes: dominan la técnica del vibrato y su arco es parejo; la afinación del grupo es justa; sus diminuendos y crescendos, así como la producción súbita de dinámicas extremas deleitan y maravillan a Mozart. Su relación con esta notable orquesta, la cual le profesa un profundo respeto, influirá de manera definitiva en su escritura orquestal. Al poco tiempo compondrá la Sinfonía Concertante para flauta (o clarinete), oboe, corno y fagot en mi bemol mayor, K. 297b, y la Sinfonía No. 31 en re mayor, llamada “París”, K. 297, en la que emplea por primera vez clarinetes en la sección de alientos-madera. Estas obras manifiestan un manejo más dúctil y virtuoso en el arte de la orquestación.)
El trabajo en Mannheim es gratificante y muy intenso, pero se da tiempo para escribirle a su amada prima una larga carta: Querida primita, pequeña liebre [Bäsle-Hasle]:
He recibido puntualmente tu digna carta, y he visto que mi tío salvador [Vetter-Retter], mi tía liebre [Bass-Hass], y tú, todos están bien; nosotros también, a Dios gracias, tenemos buena salud-perro [Gesund-Hund].
Hoy recibí la carta oblicua de mi papá-agujero; la tengo en mis garras. Espero que hayas recibido la carta que te escribí. ¡Tanto mejor, entonces, tanto mejor! Ahora, algo razonable… Me escribes también, sí, declaras, descubres, significas, me haces saber, testimonias, sacas a luz, deseas, codicias, quieres, me encargas, me insinúas, me adviertes, me notificas que tengo, yo también, a mi vez, que enviarte mi portrait. ¡Eh bien! Seguramente te lo voy a enviar ¡Oui, par ma foi! Me cago en tu nariz, así caerá sobre el “Koi” [?]. ¿Has hecho también el “spuni cuni”? ¿Qué? Si todavía sientes algún amor por mí –lo que creo–… ¡Tanto mejor, entonces, tanto mejor! Sí, así es en este mundo, unos al bolsillo, otros al dinero: ¿A cuál le vas? A mí, ¿no es cierto? Lo creo; ahora un poco de cólera… Vivan todos los-los-los-los ¿cómo se llaman? Te deseo buenas noches, caga a gusto en tu cama hasta hacerla pedazos… duerme tranquila, extiende tu culo hasta tu boca… Mañana hablaremos razonablemente.
Tengo muchas cosas que decirte. No puedo creerlo, pero mañana lo oirás bien. Mientras tanto ¡pórtate bien! ¡Ah, mi culo me quema como fuego! ¿Qué querrá decir esto? ¿Tal vez una caca quiere salir? Sí, sí, caca, te reconozco, te veo y te huelo. ¿Qué es esto? ¿Será posible? Oreja, ¿no me engañas? No, esto es verdad. ¡Qué largo y triste sonido!... Ahora, cosas serias… Te van a llegar una o varias cartas, te ruego… ¿Qué? Sí, el zorro no es nunca una liebre, ¿sí, qué? Bueno, ¿dónde me quedé? Ah sí, llegará hasta ti, sí, sí, llegará, sí, ¿quién llegará? Ah, ya caigo: ¡cartas!, llegarán cartas. Pero ¿qué tipo de cartas? Cartas que son para mí, ¡claro!...
Lamentablemente, debo terminar ahora. Pero antes te voy a contar una triste historia que acaba de pasar en este preciso instante, mientras te escribía. Oigo un ruido en la calle. Dejo de escribir, me levanto, voy a la ventana y no oigo nada. Me vuelvo a sentar, sigo escribiendo y de nuevo escucho algo. Me levanto otra vez y sólo oigo un débil ruido. Siento entonces un fuerte olor a quemado, por donde voy, apesta; si me acerco a la ventana el olor se va; si entro a mi cuarto, el olor vuelve. Al final mamá me dice: “¿Qué es esto, hijo? ¿Has dejado escapar un…?” “No lo creo mamá”. “Sí, sí, claro que sí”. Quiero tener la conciencia tranquila, me meto un dedo en el culo, lo llevo a mi nariz y… ecce probatum est: mamá tenía razón.
Ahora, pórtate bien. Te beso 10,000 veces y quedo como siempre tu viejo Sauschwanz [rabo de cerdo] Wolfgang Amadé Rosenkranz [rosario]. Mil recuerdos de parte de nosotros dos, que viajamos, a mi señor tío y a mi señora tía. A todos mis buenos amigos salud-pie [Gruss-Fuss] Addio, cretina bruja.
Al día siguiente recibe un paquete que no contenía el retrato que le había prometido su prima (para desgracia nuestra, las cartas de Maria Anna Thekla no sobrevivieron a la censura de Constanza, la mujer de Mozart). A vuelta de correo le responde:
Por esta única vez te voy a escribir una carta inteligible. Encontrarás, no obstante, algunas bromas. Lo principal es saber que has recibido todas mis cartas; por lo tanto, ya no me inquieto.
¡Mi querida Sobrina! ¡Prima! ¡Hija! ¡Madre! ¡Hermana y Esposa! ¡Rayos y centellas! ¡Mil veces carajo! ¡Diablos! ¡Brujas y Brujos! ¡Batallones sin fin! ¡Elementos! ¡Aire! ¡Agua! ¡Tierra y fuego! ¡Europa! ¡Asia! ¡África o América! ¡Jesuitas! ¡Agustinos! ¡Benedictinos! ¡Capuchinos! ¡Franciscanos! ¡Dominicos! ¡Cartujos y Padres de la Santa Cruz! ¡Canónigos regulares e irregulares y bribones, piel de oso, alimento de perros, culos y huevos unos encima de otros! ¡Asnos! ¡Búfalos! ¡Cerdos! ¡Bufones! ¡Estúpidos cretinos! ¿Qué es esto?... ¿Un paquete y no hay retrato?
Ya estaba yo todo entusiasmado. Me creía seguro porque me habías escrito que iba a recibirlo pronto, pero muy pronto. ¿Acaso dudas de que yo pueda cumplir mi palabra? No lo creo, realmente. Ahora, te lo ruego, envíamelo lo antes posible; y espero que sea como lo he pedido. Y sobre todo a la manera francesa [“vestirse a la francesa” consiste para Mozart en pedir a su prima que muestre un poco más sus pechos y sus hombros].
¿Que si me gusta Mannheim? Todo lo que puede gustarme un lugar en el que no se encuentra mi prima. Perdona mi mala escritura, la pluma ya está vieja; desde hace casi veintidós años cago por el agujero que ya conoces y sin embargo todavía no se ha roto, a pesar de que he cagado muchísimo y he arrancado la caca con mis dientes…
Ahora tengo que terminar, así es, porque todavía no me visto y tenemos que ir a comer para ir después otra vez a cagar, así es. Si sientes todavía amor por mí, como yo por ti, entonces nunca dejaremos de amarnos… Beso tus manos, tu cara, tus rodillas y tu… en fin, todo lo que me permitas besar. Soy con todo mi corazón. Vuestro afectísimo Sobrino y PrimoWolf Amadé Mozart.
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(Mozart ofrece en Mannheim varios conciertos con enorme éxito. Es admirado y respetado por los músicos y los amantes de la música. No obstante, es incapaz de conseguir un trabajo estable en la corte. Se dispone, pues, a partir hacia París. Desea demostrar su talento ante la realeza y la sociedad francesas. Está seguro de obtener encargos importantes, sobre todo de una ópera, y de poder ofrecer conciertos en las casas de los aristócratas y en la corte de Versalles. En Mannheim ha escrito las ya mencionadas Sonatas para piano en do mayor y re mayor, las Sonatas para violín y piano –que él llama duettos – en do mayor y la mayor, K. 303 y 305, algunas de sus mejores arias de concierto, como el Aria en mi bemol mayor “Non s’o donde viene” para soprano, K. 294 y el Aria en sol menor “Il cor dolente” para tenor, K. 295, el Kyrie en mi bemol mayor, K. 322 y el Concierto para flauta en sol mayor, K. 313 –“ es un instrumento que no soporto”–, entre varias obras.)
Pero antes de dejar Mannheim, vuelve la mirada, una vez más, hacia su “querida primita”:
¡Mi muy querida Señorita Prima! ¿Crees o pensabas que tal vez había muerto?... ¿que había reventado?... Sí, ¡reventado! Pues bien, ¡no!, no lo creas, te lo ruego. ¿Cómo podría escribir tan lindamente si estuviera difunto? ¿Cómo sería posible? No quiero buscar ninguna excusa por mi largo silencio, no ibas a creer ni una sola palabra. Y, sin embargo, ¡lo que es cierto, es cierto! He tenido tanto trabajo que podía pensar en mi prima, pero no he tenido tiempo de escribirle…
Ahora tengo el honor de preguntarte cómo te encuentras y comportas. Si tu vientre está suelto, si no tienes la tiña, si puedes todavía soportarme un poco, si escribes con frecuencia con lápiz, si piensas en mí de vez en cuando, si sientes a veces deseos de colgarte; si por casualidad no estás enojada conmigo; pobre infeliz, si no quieres hacer las paces conmigo de buena gana, por mi honor que voy a explotar. ¡Pero ríes! ¡Victoria! Nuestros culos deben ser el emblema de la paz. Bien sabía yo que no podrías resistirte a mí por más tiempo; sí, sí, estoy seguro de lo que digo y debo todavía cagar una vez más el día de hoy, a pesar de que debo salir para París dentro de quince días. Si quieres respóndeme desde Augsburgo, hazlo rápido para que pueda recibir tu carta; si no, si ya he partido, en lugar de carta no tendré más que caca. Ah, caca, ¡deliciosa palabra! Caca trote, eso también es bello. Caca trote; caca frote. ¡Oh, es encantador! Caca frote: eso es lo que me gusta. Caca, trote y frote, caca trote y frote caca.
Pero pasemos a otro tema… dime, ¿has practicado el “spuni cuni”? Es necesario antes de terminar, porque tendré que terminar pronto, tengo prisa, ¡porque precisamente no tengo nada que hacer! Además, ya no hay lugar como ves, el papel está casi cubierto…, sin contar que estoy cansado; los dedos me arden de tanto escribir… Ahora tengo que acabar, aunque me enoje: todo lo que empieza debe terminar; si no, la gente se molesta. Recuerdos a todos mis amigos; el que no lo crea deberá lamerme indefinidamente hasta la eternidad, hasta que me vuelva razonable. ¡Ah!, ¡tendrá para rato! Yo mismo estoy angustiado… porque temo que mi caca no esté seca a tiempo y no vaya a haber la suficiente si desea comerla.
Adiós, primita; soy, era, seré, he sido, había sido, habría sido, ¡oh!, si yo fuera, si yo hubiera sido, quiera Dios que yo fuese, hubiese sido, sería, ¡oh!, que fuere, hubiere sido ¿qué?, un ignorante.
Adiós, querida prima. ¿Por dónde? Soy en persona tu verdadero primo. Wolfgang Amadé Mozart (Mozart y su madre llegan a París el 23 de marzo de 1778. Hace ya siete meses que dejaron Salzburgo. Se instalan en el Hotel Quatre Fils Aymon, calle de Gros-Chenet- la actual calle Croissant. La actividad de Mozart en la capital francesa es intensa: da clases particulares, ofrece algunos conciertos, compone y estrena varias obras. Además visita regularmente la casa de los aristócratas amantes de la música y asiste con frecuencia a los estrenos y reposiciones de óperas de reputados compositores, entre ellos Gluck, Pergolesi, Philidor, Paisiello, Grétry y Piccini. Su mayor deseo sigue siendo componer una ópera. “Tengo un deseo inexplicable de escribir de nuevo una ópera… Soy más feliz cuando tengo algo que componer. Es mi única alegría y mi Passion. ¡Que pueda tan sólo oír hablar de una ópera, que pueda estar en el teatro y escuchar cantar…! ¡Sólo con pensarlo estoy fuera de mí!” Pero el encargo no llega nunca. Se queja de que lo traten como a un principiante, “excepto los músicos que piensan de otra manera”. Johann Christian Bach –el “Bach inglés”– llega por unos días a la ciudad y Mozart se reencuentra con él. Los une una sincera y alta estima musical y personal. No se han vuelto a ver desde 1764, en Londres –Mozart tenía entonces ocho años. Le escribe a su padre: “Los dos hemos sentido alegría al volvernos a ver… Lo quiero, vos lo sabéis bien, con todo mi corazón y siento mucha estima por él, y él es cierto que ha hablado elogiosamente de mí, sin la exageración de otros, sino seriamente, sinceramente.” Pero a pesar de sus esfuerzos, la larga estancia en París será un fracaso en muchos sentidos: su música no obtiene la aceptación que él habría esperado, no hay tampoco ofrecimiento alguno de un trabajo estable o de un encargo importante, y el dinero escasea. Por si fuera poco, su madre enferma gravemente y muere el 2 de julio, a los 57 años de edad. Comparte con su padre el triste suceso: “Tú, el más querido de mis amigos, llora conmigo. Hoy ha sido el día más triste de mi vida… Mi madre, mi querida madre, se ha ido. Dios la ha llamado… Murió sin tener conciencia, como una luz que se extingue.” Tras varias semanas, deja París para siempre, cargando una enorme pena y un hondo resentimiento y desprecio por los franceses. A instancias de su padre se dispone a regresar a Salzburgo. En París ha compuesto las que son, sin duda, las primeras obras maestras escritas para piano: las Sonatas en la menor K. 310, en la mayor, K. 331 (cuyo tercer movimiento es la célebre “Marcha Turca”) y en fa mayor, K. 332, además de las conocidas y galantes Doce variaciones en do mayor, sobre la canción popular francesa “Ah, vous dirai-je maman”, K. 265, sin olvidar las ya mencionadas Sinfonía “París” y la Sinfonía Concertante, así como el Concierto para flauta y arpa, K. 299, la música orquestal para el ballet “Les petits riens”, K. 299b, la trágica Sonata para violín y piano en mi menor, K. 304, y el soberbio Recitativo y Aria de concierto en do mayor “Io non chiedo” para soprano, K. 316, de entre una veintena de obras.)
De regreso a Salzburgo, hace un alto en Múnich. Va a pedirle a la joven, bella y talentosa cantante Aloysia Weber –hermana de Constanza, su futura esposa– que se case con él. La conoció un año antes, al comienzo de su gira, y está enamorado de ella. Pero Aloysia lo rechaza. Humillado y lleno de cólera, se sienta al piano y le canta un antiguo y tradicional texto que comienza así: “Aquellas que no me quieren, pueden lamerme el culo.” Permanece unos días más en la ciudad a la espera de su prima. A su paso por Mannheim le había escrito; quiere verla:
Mi muy querida prima:
Con una gran prisa y con el mayor arrepentimiento y dolor, al mismo tiempo que con una fuerte determinación, te escribo para darte la noticia de que parto mañana para Múnich. ¡Querida prima, no gruñas!
Con mucho gusto habría pasado por Augsburgo, te lo aseguro. Pero el prelado imperial no me ha dejado ir, y no puedo guardarle rencor por ello porque sería ir contra la ley de Dios y de la naturaleza, y la que no lo crea es una puta. En fin, así es: no hay nada que hacer. Quizá desde Múnich podré dar un salto hasta Augsburgo, pero no es seguro. Si tienes tantas ganas de verme como yo las tengo de verte, entonces ve a Múnich, a esa respetable ciudad. Trata de estar ahí antes del nuevo año para que pueda contemplarte bajo todos los ángulos posibles, llevarte a todas partes y también, si es necesario, fastidiarte un poco.
Pero hay una cosa que me entristece profundamente, no podrás hospedarte conmigo, porque no voy a quedarme en una posada, sino en casa de ¿quién, dónde? ¡Me gustaría saberlo! Ahora, bromas aparte, es justamente por eso que es necesario que vengas, porque tendrías un importante papel que representar. Entonces, con seguridad vendrás, si no ¡qué amolada! Podré entonces agasajarme en tu noble persona, cachetearte personalmente el culo, besarte las manos, disparar el cañón posterior, abrazarte, hacerte cosquillas en todas partes, pagarte hasta el menor detalle todo lo que te debo, dejar escapar un pedo famoso y tal vez también dejar salir otra cosa. Adiós, ángel mío, corazón mío, te espero lleno de ansiedad. Tu sincero primo W. A. Mozart
Maria Anna Thekla llega a Múnich a los pocos días y juntos emprenden el regreso a Salzburgo. Finalmente, el 15 de enero de 1779, Mozart, abatido, frustrado y vencido, pero en compañía de su prima, está de nuevo en su ciudad natal. Lleva bajo el brazo poco más de cuarenta obras (pero ninguna ópera) escritas durante los quince meses que duró su malograda gira. A las dos o tres semanas, su “querida primita” –la “Bäsle”– regresa a casa, no volverán a verse, y Mozart entra de nuevo al servicio del Arzobispo Colloredo –“Odio al Arzobispo hasta el frenesí”. Está por cumplir veintitrés años.
Cuatro meses después, el 10 de mayo, Maria Anna recibe una última carta de su primo, se trata de un poema:
Muy querida, muy buena,
Muy bella, muy amable,
Muy seductora,
Por un indigno primo acorralada.
Pequeño contrabajo (1)
O pequeño violonchelo
Sóplame el culo
Eso es muy bueno
Se siente tan rico.
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Finis coronat opus
S.V.
P.T.
Señor del Rabo de la Cerda
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(Mozart acaba de componer una docena de obras más, entre ellas, la Sonata para violín y piano en si bemol mayor, K. 378, el Concierto para dos pianos en mi bemol mayor, K. 365 –escrito para él y su hermana Nannerl-, el Regina coeli en do mayor, K. 276, y la Misa Solemne en do mayor, llamada “de la Coronación”, K. 317.) ~
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Tomado de Convivio, en la revista Letras libres, No 87, México, marzo, 2006
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