miércoles, noviembre 29, 2006

50 AÑOS DE LA CANCIÓN DE AUTOR

Palabras para una música

Por Moncho Alpuente

La canción de autor española nace en París en 1956, entre el exilio y la inmigración, cuando Paco Ibáñez pone música y voz a una letrilla de Góngora, La más bella niña, bajo la influencia del que sería luego su amigo y maestro Georges Brassens. Esta fecha fundacional la suscribe Fernando González Lucini en el preámbulo de su documentada obra de reciente publicación ...Y la palabra se hizo música, que recorre al detalle 50 años de canción de autor en España. El periodo embrionario de la nueva canción se sitúa entre 1956

y 1959, cuando Raimon compone su emblemática y metafísica, Al vent, tras un inspirador viaje en moto entre su Xàtiva natal y Valencia. La censura franquista y la frontera de los Pirineos, que nos separan de Francia, como rezaba la cantinela escolar de aquellos años, impiden la difusión de las canciones de Paco fuera de los circuitos internos de la intelectualidad y la clandestinidad, mientras que la nova cançó catalana, apoyada por una industria cultural propia y centrada en la defensa de la lengua, consigue traspasar las fronteras interiores y preautonómicas y transforma en inesperado acicate el presunto inconveniente de la diferencia lingüística. La cançó servirá como punto de referencia a nuevos cantores vascos y gallegos apadrinados muchas veces por la discográfica catalana Edigsa.
La novedad y la vitalidad de la nueva canción suscitará, a finales de los años sesenta, el interés de las compañías discográficas nacionales que siempre habían desconfiado de lo que despectivamente llamaban "canción protesta", acertando casi siempre, porque la mayor parte de los cantantes-autores (el apócope cantautor aún no ha sido acuñado) se vinculan en lo personal y en lo artístico con la izquierda antifranquista.
El retorno de Paco Ibáñez en 1968 y el éxito impredecible de su Andaluces de Jaén, sobre un poema de Miguel Hernández, marcan el momento álgido del movimiento de la canción de autor, promovido y representado por agrupaciones como Els Setze Jutges en Cataluña, Ez Dok Amairu en Euzkadi, Voces Ceibes en Galicia o Canción del Pueblo en Madrid. La industria discográfica intentará explotar la veta con la invención de nuevos artistas y espúreas denominaciones de origen: "nueva canción castellana", "extremeña"... Una nueva etiqueta importada de Estados Unidos, folk, propiciará la aparición de solistas y grupos provistos de instrumentos acústicos y dispuestos a buscar las raíces del folclore sin entrar en controversias políticas ni tentar a la censura que se ceba con los supuestos cantantes de protesta. Con Paco Ibáñez el arco de poetas musicables se amplía, de Góngora y Quevedo a Gabriel Celaya, Blas de Otero, Cernuda o José Agustín Goytisolo pasando por Lorca, Hernández y Machado, introducido en el repertorio del gran público por las versiones de Joan Manuel Serrat.
Entre la clandestinidad de los recitales en universidades y centros obreros y el éxito popular de algunos de los suyos, la canción de autor evoluciona y amplía sus referencias, la influencia de Brassens, Brel y los cantantes poéticos franceses deja paso al influjo del folk estadounidense revitalizado y puesto al día por Bob Dylan y Joan Baez, herederos de la tradición luchadora de Woody Guthrie y Pete Seeger. La pauta la marcará otra vez Barcelona con el Grup de Folk, miscelánea agrupación de la que surgirán artistas como Maria del Mar Bonet, Pau Riba o Sisa. Hay una línea divisoria, imperceptible a primera vista, que separa los productos del folk comercial, como María Ostiz, de los genuinos representantes de la "protesta" cantada. En todos los rincones peninsulares e insulares cantantes autores, musicadores de poetas y recuperadores del folclore compiten en igualdad con las corrientes en boga de la música ligera, con el rock, el pop y sus múltiples variantes. En el inicio de la década de los setenta la canción de autor ofrece una importante nómina de artistas, a los "clásicos", Raimon, Serrat, Ibáñez, se les suman Llach, Aute, Víctor Manuel, Pablo Guerrero, María del Mar Bonet, Ovidi Montllor, Carlos Cano... en los pequeños circuitos y en los grandes escenarios, los cantautores se reproducen en vísperas de un cambio de régimen alentado y adelantado por ellos con sus obras.
A la muerte del dictador los cantautores se sitúan en la cresta de la ola, las canciones prohibidas se corean en público y los artistas perseguidos reciben su desagravio en loor de multitudes y participan activamente en la primera campaña electoral en apoyo de coaliciones y partidos de izquierda. Para muchos de ellos será el canto del cisne, pronto el término cantautor perderá su prestigio, identificado, confundido, con una forma de hacer en la que el fondo prevalece sobre la forma, la letra sobre la música. A su significado estricto: cantante que interpreta sus propias composiciones o pone música a versos ajenos, la palabra cantautor incorpora una pesada rémora hasta el punto de que muchos de sus representantes más característicos y carismáticos huirán y se desdecirán de su condición.
En los años de la movida la canción de autor sobrevive reducida otra vez a pequeños escenarios urbanos donde no caben los instrumentos electrónicos y los decibelios de los grupos de la moda juvenil. A contracorriente y desde las catacumbas una nueva generación de cantautores sin etiquetas se prepara para un nuevo asalto guitarra en ristre combinando músicas y palabras incipientes, el éxito de Joaquín Sabina, irónico y ecléctico, alienta a los catecúmenos y derriba incómodas e injustas barreras.
Ensalzada y vilipendiada, perseguida y celebrada, la canción de autor española de la segunda mitad del siglo XX, al margen de su no siempre reconocida relevancia artística, ha sido parte integrante y vital de los movimientos sociales que lucharon contra la dictadura y a favor de una libertad de expresión que hoy siguen defendiendo activamente nuevos y numerosos cantautores que hacen memoria de este tiempo como dice el poeta Luis García Montero, citado en el libro de Fernando González Lucini: "...La memoria vive en las huellas que deja el tiempo sobre la arena, o en los estribillos que dejan las canciones sobre la historia".


Fuente de texto e ilustración: Babelia, suplemento del diario El País, sábado 25 de noviembre de 2006.