sábado, febrero 04, 2006

SHOSTAKÓVICH, EL SONIDO DEL SIGLO XX

Por Javier Pérez Senz
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En 2006 también se conmemora el centenario del nacimiento del compositor ruso. Sus sinfonías, cuartetos de cuerda, conciertos y óperas han marcado profundamente la música del siglo pasado. Creó su obra bajo el antiguo régimen soviético y su postura política siempre creó polémica. Babelia destaca algunas de las recientes ediciones conmemorativas.
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Mientras el mundo celebra por lo alto el 250º aniversario del nacimiento de Mozart, la conmemoración del centenario del nacimimiento de Dmitri Shostakóvitch (San Petersburgo, 25 de noviembre de 1906 - Moscú, 9 de agosto de 1975) apenas ha despertado la atención. Es calificado de cronista de su época y su música ha marcado la música del siglo XX, a modo de angustiosa radiografía sobre la soledad de un creador que forjó su monumental legado bajo el yugo del régimen soviético.
“En la Unión Soviética, Shostakóvitch era conocido y popular, porque su música evocaba sentimientos cercanos a los de la gente, que vivían bajo la dictadura”, explicó el director de orquesta letón Mariss Jansons pocos días después de dirigir el tradicional Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena y presentar en Amsterdam el ciclo de conciertos que le dedica hasta junio la Orquesta del Concertgeboum. En el panorama español, el Año Shostakóvich se conmemora con mayor o menor intensidad en las temporadas de la mayoría de auditorios, orquestas y festivales.
Formado en el conservatorio de San Petersburgo —ingresó con 13 años y pronto despertó la atención del compositor Alexandr Glazunov—, destacó como pianista e inició una prometedora carrera solista, pero en 1926 —tres años después de la muerte de Lenin— estrenó, con sólo 19 años, su Sinfonía número 1 en Leningrado y en poco tiempo su fama como compositor se extendió a nivel internacional.
Su legado comprende 147 obras catalogadas y muchísimas otras sin numerar. Sus 15 sinfonías, sus 15 cuartetos de cuerda, sus seis conciertos (dos para violín, dos para violonchelo y dos para piano), sus óperas La nariz y Lady Macbeth del distrito de Mtsensk y sus 24 preludios y fugas para piano y su última partitura, la Sonata para viola, encabezan una impresionante y desigual producción en la que figuran tres ballets, dos suites de jazz, dos tríos con piano, dos sonatas para piano, un quinteto con piano, una sonata para violonchelo, varios ciclos vocales y abundante música para la escena y el cine, incluida la satírica opereta Moscú.
Shostakóvich nunca fue un disidente y su vida en la antigua URSS fue más fácil que la de su amigo, el violonchelista y director de orquesta Mstislav Rostropóvich, al que dedicó sus dos conciertos para violonchelo, o la del escritor Alexandr Solzhenitsin, ambos exiliados. Mucho se ha escrito sobre sus afinidades políticas, en los dos sentidos, como autor prosoviético o disidente: algunos estudiosos sostienen que en sus sinfonías pesa como una lacra la grandilocuente propaganda soviética; a ellos se opone la opinión de historiadores y músicos que sostienen que su relación con el Partido Comunista era obligada: las dedicatorias a Lenin, por ejemplo, eran escritas como trámite antes que la partitura.
La polémica sobre su postura política arreció a nivel internacional con la publicación, en 1979, cuatro años después de su muerte, del libro de Solomon Volkov Testimonio: Las memorias de Dmitri Shostakóvich (Aguilar, 1991), que incluía incendiarios comentarios del compositor contra la represión cultural promovida por Stalin, al que calificaba como el Hitler de la Unión Soviética. El aparato soviético descalificó las “supuestas” memorias y presionó al hijo del compositor, el director de orquesta Maxim Shostakóvich para que negara públicamente la veracidad de esas declaraciones.
La obra de Volkov rompió con la imagen oficial del compositor, avalada hasta entonces por sus artículos en defensa del régimen público y su presencia en comisiones de representación internacional de la Unión Soviética. La posterior divulgación de cartas, testimonios y ensayos han ido consolidando la visión crítica del compositor, que fue poco proclive a comentar en público el contenido político de sus obras, pero solía usar una reveladora sentencia para zanjar posibles polémicas: “Quien tenga oídos para escuchar, que escuche”.
Su música, a veces visceral, siempre conmovedora, es el mejor testimonio de su compleja, neurótica y angustiada personalidad, la única posible en un compositor siempre bajo presión, continuamente vigilado y amenazado. En sus partituras, el doble sentido es la única forma de supervivencia, como reconoció Rostropóvich a propósito de la supuesta loa al estalinismo en la Sinfonía número 5: “Todo aquel que piense que el final de la Quinta es una glorificación es un idiota”.
El valor universal de la obra contra cualquier tipo de fascismo inherente a la espectacular Sinfonía número 7 Leningrado, que fue defendido con uñas y dientes desde su estreno por batutas tan célebres como Arturo Toscanini, es otro ejemplo. Hay muchos más en una biografía marcada por sus siempre tensas relaciones con Stalin —las críticas y la respuesta del dictador tras el estreno de Lady Macbeth del distrito de Mtsensk fueron feroces y pusieron al músico en la cuerda floja hasta que obtuvo el perdón con el estreno de la citada Sinfonía número 5—.
El compositor, que vivió ese acoso aterrorizado, estableció como fórmula de supervivencia una división entre los géneros considerados mayores —especialmente las sinfonías, los conciertos y los oratorios—, cuyas audiciones eran controladas por las autoridades, y los géneros menores —canciones, música instrumental y de cámara, obras para instrumento a solo, lieder— en los que podía permitirse algo más de libertad. Sus cuartetos, en los que encontraba más espacio para las confesiones íntimas, son en este sentido el reverso de su agitada producción sinfónica.
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Fuente: Babelia, suplemento semanal de El País, sábado, 4 de febrero de 2006