lunes, julio 10, 2006

SONNY ROLLINS, COLOSO DEL SAXO

Sonny Rollins, 1963
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"Improvisar es como vivir un trance espiritual"


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Los festivales de jazz se multiplican en verano, y son cerca de treinta los que se desarrollan durante el mes de julio en España. Sonny Rollins es una de las grandes glorias de la historia del jazz. El saxofonista, que cierra el festival de Vitoria, fue músico de Miles Davis y Thelonius Monk, entre otros. Babelia lo visitó en su residencia de las afueras de Nueva York.
.SONNY ROLLINS, 1963
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Por José María García Matínez
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El mundo del jazz se postra a sus pies: Sonny Rollins puede presumir de haber vivido en el filo de la navaja como "el hombre que no le teme a nada", en palabras del también saxofonista Barney Wilen. Un lobo solitario con la capacidad de transformarse en un ser distinto a cada nuevo paso; asomarse a su vasta obra discográfica tan poco convencional produce vértigo. Autor de una docena de obras maestras imprescindibles, Rollins ha escrito su propia historia del jazz. El día 15, tocará en Vitoria, en una única aparición europea durante el mes de julio que servirá para presentar los temas de su nuevo disco, Sonny, please, primero que edita para su propia compañía, Doxy Records. Una oportunidad única de escuchar en directo al mítico saxophone colossus.
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Doscientos kilómetros al norte de Nueva York, siguiendo el curso del río Hudson. Una minúscula comunidad rural que sólo existe en el mapa. Ni siquiera el dueño del pequeño taller de automóviles contiguo a la nada ostentosa casa de campo donde mora la última leyenda viva del jazz conoce su existencia. Theodore Walter Rollins, 75 años, lleva una vida solitaria y escueta menos propia de un coloso que de un ser humano vulnerable y tierno que ha de convivir con el recuerdo omnipresente de Lucille, su compañera y colaboradora, fallecida hace dos años. "Antes me pasaba las horas ensayando en el cobertizo. Mi mujer encendía la luz en el porche de la casa y yo sabía que ella estaba ahí. Cuando volví al lugar después de su muerte, el hecho de no ver la luz fue tan duro que no he podido tocar nunca más en aquel lugar".
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PREGUNTA. A su experiencia traumática durante el 11-S, le siguió un disco, Without a song, grabado sólo cuatro días después de los hechos.
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RESPUESTA. De algún modo, en ese disco traté de explicar todo lo que viví aquel día. Yo tenía un apartamento en el piso superior de un edificio próximo al World Trade Center; estaba esperando a mi conductor cuando oí al primer avión acercándose y el ruido sordo del impacto, y luego el segundo..., fui escaleras abajo y me encontré con que todo el mundo estaba en la calle corriendo y gritando aterrorizado. Pero así es la guerra. El 11-S me dio una idea precisa de hasta qué punto puede el ser humano ser cruel. Pero también fue un desastre tóxico como nunca ha habido, y lo extraordinario es que aún hoy nadie se ha ocupado de limpiar la zona y se encuentran con que hay mucha gente que vive o trabaja ahí enferma o muriendo. Yo mismo sentí una sensación muy extraña en el estómago hasta que me di cuenta de que había estado aspirando aquel aire corrompido... lo perdí todo pero al menos tenía un segundo lugar para vivir.
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P. Detrás dejaba la ciudad donde nació y se dio a conocer...
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R. Siempre digo que nací en el momento adecuado, en el lugar adecuado. En los años treinta, Harlem era el centro de la cultura negra. Todo el mundo venía a Harlem y la música estaba por todas partes. Fats Waller tocaba al otro lado de la calle donde yo vivía y Louis Jordan, mi primer ídolo, lo hacía en un club enfrente de mi colegio. Yo solía ir al Savoy Ballroom o al Apollo Theater al salir de clase, y escuchaba a Buddy Johnson, Duke Ellington, Lionel Hampton, Jimmy Lunceford..., estaba en medio de todo aquello y, sin darme cuenta, lo absorbí todo, sólo por el hecho de estar allí. Ésa fue mi verdadera escuela.
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P. También escuchaba mucha música caribeña.
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R. Mis padres eran de origen caribeño y les encantaba. A veces, me llevaban a los bailes caribeños en Harlem. Por eso, tocar calipso, para mí, es algo natural, y todavía lo hago, aunque a mi modo.
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P. No pasó mucho tiempo antes de que se convirtiera en un habitual de los escenarios.
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R. Éramos los chicos nuevos del barrio: Jackie Mclean, Kenny Drew, Art Taylor y yo. Tocábamos por todo Harlem en todo tipo de locales recónditos y siniestros, pero no nos importaba porque Harlem, en aquella época, era el lugar donde había que estar y donde iban los veteranos buscando rostros nuevos. "He oído hablar de ese jovencito, Sonny Rollins, me han dicho que es muy bueno". A través del cantante Babs Gonzales, empecé a tocar con Fats Navarro y con Bud Powell. Era una sensación rara: ellos me miraban como a un igual, como si yo fuera un tipo de experiencia, y yo me sentía enormemente adulado. Por no hablar de la noche en que vino a verme Miles Davis a un club del Bronx llamado 845 donde tocaba en los intermedios; cómo explicar lo que sentí cuando me dijo las palabras mágicas: "¿Quieres tocar en mi banda?".
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P. La crítica alentó una supuesta rivalidad entre usted y John Coltrane, su compañero de atril en el conjunto de Miles.
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R. En algún sentido sí éramos rivales porque, en aquellos días, siempre tenía que darse una "batalla de saxos", Dexter Gordon contra Gene Ammons, etcétera. Lo nuestro era como una continuación de aquella práctica. Pero la verdad es que éramos buenos amigos; tanto que Coltrane era una de las pocas personas a las que podía pedirle dinero prestado.
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P. También frecuentó igualmente al pianista Thelonious Monk.
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R. A Monk le conocí a través de Lowell Lewis, un amigo de la escuela que tocaba la trompeta con él. Éramos uña y carne. El problema es que Monk ya tenía saxofonista y lo peor es que era realmente bueno. No paramos hasta que conseguimos echarle. El resto fue sencillo: Lowell consiguió que Monk fuera a escucharme, le gusté y me contrató. Y ése fue el comienzo de mi relación con Monk.
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P. Su búsqueda de nuevas vías de expresión, lo llevó en los sesenta a interesarse por el nuevo jazz de Ornette Coleman.
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R. La primera vez que escuché a Ornette fue en un disco titulado Something Else!!! Me gustó muchísimo y eso que eran los tiempos en que su música era enormemente discutida. Luego vino a verme durante mi primera visita a California con Max Roach, y nos caímos bien. Por las noches, íbamos los dos y Don Cherry a la playa para tocar frente al Pacífico. Hasta el día en que leí una entrevista en la que decía que no había un solo músico al que le gustara su música, y me incluía a mí. Daba la impresión de que me dedicaba a ponerles trabas a los jóvenes, lo que no es mi estilo ni nunca lo ha sido. Aquello me enfadó mucho y aún estoy ofendido.
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P. A principios de los años sesenta, y tras una de sus recurrentes desapariciones, fue descubierto tocando el saxo bajo el puente de Williamsburg, en Nueva York, un lugar que usted introdujo en la mítica del jazz a través de su disco The Bridge.
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R. Para mí, era un lugar donde practicar. Y no estaba siempre solo, Steve Lacy me acompañó en más de una ocasión. Lo cierto es que llevo toda mi vida trabajando a fondo para engrandecer mi sonido. Mis ídolos, como Coleman Hawkins, se distinguían por su sonido poderoso, tanto que a menudo se veían obligados a prescindir del micrófono. Pero yo nunca he tenido ese don. Por eso acudo a lugares a cielo abierto donde tengo que esforzarme para hacerme escuchar.
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P. Usted se define como un "buscador espiritual". A un tiempo, es uno de los pocos músicos de su generación que nunca profesó la fe islámica.
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R. Por supuesto, conozco a muchos musulmanes de los tiempos en que la mayoría de los músicos en Harlem se convirtieron al islam, como mi amigo Yusef Lateef o Art Blakey. Mi caso era algo distinto. Yo no quería que mi vida estuviera centrada en el uso de las drogas como único medio para acceder a una cierta espiritualidad. Las drogas funcionan en el momento y ya está. Afortunadamente, me di cuenta de que aquello era una trampa. Desde entonces, he buscado el camino verdadero en todas las religiones.
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P. Escuchándole tocar en directo, se tiene la certeza de que existe un hilo argumental sólido en sus improvisaciones.
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R. No es algo de lo que pueda hablar demasiado porque, mientras improviso, las cosas pasan demasiado deprisa y no tengo tiempo de pensar. Improvisar es como vivir un trance espiritual, no es algo que se pueda analizar mediante la razón. La esencia de la improvisación es permitir que la música surja por sí misma. Es un ir siempre adelante: no puedo quedarme tocando cosas que ya sé. El mayor obstáculo con el que me encuentro ahora para desarrollar mis ideas es la edad. No puedo practicar diez horas al día como hacía cuando era joven. Ahora tengo dificultades incluso para soplar a través del instrumento.
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P. Dígame qué lo impulsa a seguir en la brecha.
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R. Lo mismo que cuando empecé: la búsqueda de algo que no creo haber encontrado todavía. Es algo que quiero expresar con mi música. El qué, no lo sé. Sé que está ahí. Quizá sea lo que algunos llaman el "acorde perdido"... sólo sé que trabajo en ello y espero aproximarme poco a poco a mi objetivo. Quizá nunca llegue a conseguirlo pero sé que estoy en el buen camino. La vida es corta y no puedes pensar en hacerlo todo en una sola vida.
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Tomado de Babelia, suplemento del diario El País, sábado, 8 de julio de 2006



Escucha, de Sonny Rollins:
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1 comentario:

Anónimo dijo...

que chida musica.felicidades por la pagina.